Si una izquierda no es popular, no es revolucionaria
Por: Sebastián León
Quiero agradecer
a Jorge Frisancho por concederme el honor de responderme, a pesar de mi gesto
arrogante y demagógico. Debo decir que yo defiendo mi gesto: creo que gracias a
mis críticas ha tenido la oportunidad de explayarse y desarrollar algunas de las
ideas que faltaba trabajar en su publicación original (si bien ignora de plano
lo que para mí sería la objeción fundamental a su texto: su uso antojado y
metodológicamente injustificado de sus redes sociales como si se tratara de una
fuente confiable de data empírica).
Dicho esto,
puesto que Jorge me ha concedido esta cortesía, me veo obligado a corresponderle
de la misma manera. Además, estoy de acuerdo con él en que de nuestro
intercambio puede emerger un debate que hoy vale la pena tener en la izquierda.
Así que, sin más preámbulos, paso a responder.
El debate sobre el resentimiento, su relación con la conciencia de clase y con la política clasista puede extenderse excesivamente, y creo que en realidad no es lo más importante de mi discusión con Frisancho. Por ello trataré de no detenerme demasiado en este asunto e ir a las cuestiones más importantes.
Empiezo diciendo que lo que Frisancho llama “ressentiment”, apelando como explica a cierta tradición de la sociología y la psicología, en realidad no es distinto de lo que en la tradición filosófica autores como Nietzsche y Spinoza llamaron “resentimiento”. Por ello, de saque, me permito no usar el término francés. De hecho, no hay un malentendido sobre el hecho de que él achaca a Perú libre una política, digamos, más de la performance de radicalidad a una política realmente radical o revolucionaria. Mi primer cuestionamiento a su texto, que a mi parecer es el más fundamental, es la cuestión metodológica: Frisancho se permite reducir los esfuerzos de una organización que hoy marcha a disputarle su existencia a la cara más rancia del neoliberalismo local a vísperas del bicentenario a lo que infiere a partir de su algoritmo de Facebook (reforzador de burbujas informativas y sesgos de confirmación). La cuestión no era si le gustaba o no Perú Libre o si le daba buena espina; era que, como teórico autoproclamado marxista, debía ser más responsable y riguroso en sus análisis.
En su respuesta a mis críticas, Frisancho hace varias afirmaciones sobre el resentimiento y su relación con la conciencia de clase que, si debemos ser honestos, no podían inferirse de su texto original (enhorabuena por el desarrollo de sus ideas); en todo caso, estoy de acuerdo con algunas de ellas. No obstante, toca hacer algunas aclaraciones de rigor sobre aquello con lo que no estoy tan de acuerdo.
La primera es que da igual si el texto de Frisancho se centraba exclusivamente en el resentimiento o en los afectos en general; mis críticas iban, fundamentalmente, a su tratamiento del resentimiento y la manera en que este se relaciona con el proceso de adquisición de conciencia de clase. Frisancho se felicita a sí mismo por haber empleado varias veces el término “conciencia de clase” en su artículo, pero la verdad es que en él no explica nunca dicho proceso. Quien lo hizo fui yo, aunque me haya “resistido” a nombrarlo.
Lo segundo es que, si bien Frisancho considera que el resentimiento no es “ni bueno ni malo”, ni “racional ni irracional”, yo pienso que en cierto sentido sí va cargado de cierta racionalidad o irracionalidad. Esto porque, como expliqué, los afectos en los seres humanos no están nunca “dados” por sí solos, sino que se enmarcan en horizontes culturales de sentido. En una formación histórica determinada, habrá situaciones en las que un afecto como el resentimiento podrá considerarse justificado, o, digamos, habrá buenas razones para sentirse injuriado (aunque, y esto es fundamental, habrá que ubicar adecuadamente la causa). Esto no quiere decir, por supuesto, que el resentimiento sea bueno o malo en sí mismo; lo que quiere decir es que, en circunstancias determinadas, como cuando es producto de la afrenta histórica y sistemática, sentir resentimiento es razonable.
Extrañamente, Frisancho piensa que se le señala como un “racionalista rancio” por no reconocer el lugar de los afectos y por “insistir” (nombrar varias veces) en la importancia de la conciencia de clase. Pero se equivoca: la razón por la que lo califiqué de tal manera es porque, como ya he mencionado, en su artículo original no explicó el proceso de mediación por el que se adquiere la conciencia de clase. Dice, ciertamente, que resentimiento y conciencia de clase son dos cosas diferentes, y distingue entre lo que para él hace una organización cegada por aquel afecto y lo que hace una organización dirigida por revolucionarios con conciencia de clase, pero no nos dice nunca cómo se pasa de uno a otra. De hecho, su respuesta a mis críticas todavía me genera algunas dudas sobre cómo entiende dicho proceso: dice que el argumento de su texto original puede resumirse en que el resentimiento “bloquea la conciencia de clase” (pese a que esto jamás se afirma en dicho texto), pero también dice que para ir más allá del resentimiento se necesita la mediación de la conciencia de clase. Esto no me resulta tan claro, y debo decir que la impresión que me da es que para Frisancho debe haber una intervención externa para sacar a los sujetos resentidos del atolladero. Al final, hay que decir que en el texto original sí que daba la impresión de que había una cesura entre el resentimiento y la conciencia de clase, y si bien en la respuesta a mis críticas insiste en que no hay interrupción entre procesos afectivos e intelectuales en su adquisición, sigue sin esclarecer de qué manera incorpora el resentimiento al desarrollo de la conciencia de clase conciencia de clase.
Aquí hay una diferencia fundamental, me parece, entre mi postura y la de Frisancho: para mí el resentimiento (y afectos semejantes como la ira) justificado es una condición material necesaria (aunque no suficiente) para que pueda haber algo así como una conciencia de clase, y es la clase de narrativa histórica que Mariátegui llamaba “Mito” lo que puede dinamizar este y otros afectos y hacerlos políticamente operativos (es decir, para suscitar la ganancia en conciencia de clase). Otra cuestión importante, me parece, es que si bien Frisancho considera que en este punto él y yo estamos de acuerdo en lo fundamental (en que el resentimiento debe ser trascendido), no me queda otra opción que responderle: sí, pero no. Estamos de acuerdo en que el resentimiento por sí solo no es revolucionario, y que se hace necesaria una mediación dialéctica, pero yo no pienso que el resentimiento pueda literalmente ser superado o trascendido con la llegada de la conciencia de clase. Creo que esta le da una direccionalidad (digamos, lo modifica o lo “refina”), que es distinto; sin embargo, como yo lo entiendo, el resentimiento y otros afectos negativos presentes en la política clasista solo pueden terminar de superarse con la abolición de las condiciones históricas que lo producen (momento en el que desaparecen, junto con las relaciones de clase y la conciencia de clase como tal). Por eso digo que “el resentimiento y demás afectos corrosivos pueden ser sublimados en el proceso en el que surge un nuevo orden social a partir del viejo”. El resentimiento de una clase históricamente oprimida, con conciencia de su situación, solo desaparece con el surgimiento del comunismo(1).
(1) Una última aclaración sobre este punto, de carácter conceptual y no tan importante para nuestra discusión, pero que no quería dejar de tocar en este artículo. En su respuesta, Frisancho hace otra afirmación que me resulta extraña: dice que hay que entender, cuando se habla de conciencia de clase, que “conciencia no es razón”. Su afirmación me resulta extraña porque, si uno tiene presente la discusión filosófica sobre la subjetividad, la conciencia y la razón que históricamente precedió a Marx, y que es parte de su herencia teórica, es claro que “conciencia de clase” debe ser entendido como razón, y no como mera conciencia. Paso a explicarme brevemente: la conciencia de clase es conciencia de sí (o, mejor dicho, “para sí”), en tanto sujeto que pertenece a una clase social (la clase deja de ser “clase en sí”, una mera facticidad empírica, y pasa a ser “clase para sí”: es decir, pasa a ser consciente de sí misma de manera reflexiva, de sus propias condiciones materiales de existencia, de sus intereses, y de su conciencia de sí misma, de su actividad consciente, en tanto clase social). Así pues, si debemos ser precisos, la conciencia de clase no es una mera conciencia pasiva (como la que tiene un animal que se percibe a sí mismo y a su entorno), sino lo que los idealistas alemanes llamaban una “autoconciencia”, que emerge necesariamente como parte de un proceso social e histórico de autodescubrimiento, siempre en relaciones con otros seres autoconscientes y con un trasfondo histórico determinado en el que se hace posible comprender, de manera progresiva, las implicancias o el sentido de las acciones, pensamientos, afectos, etc., propios y ajenos. La palabra más común que se ha usado para hablar de esta forma de autoconciencia es, precisamente, “razón” (Vernunft)[1]. Afirmar que la conciencia de clase es mera conciencia y no razón implicaría, desde un punto de vista filosófico, un retroceso hacia un paradigma cartesiano y psicologista de la conciencia, irreconciliable con una teoría materialista de la historia. Hago esta aclaración en un pie de página para no hastiar a nuestros lectores con disquisiciones demasiado abstractas.
Sobre la cuestión de la verdadera izquierda
Ahora llegamos a la parte realmente importante de nuestro intercambio: la cuestión de “qué hace revolucionaria a una organización”. Frisancho da su propia definición, y debo decir que yo no podría haberlo expresado mejor. Paso a citarlo:
Una organización política es revolucionaria en la medida en que lucha, en última instancia y a partir de la conciencia de clase de las clases trabajadoras, para derogar la totalidad del orden social e instaurar uno nuevo. Obviamente, esta definición es teórica y solo sirve como orientación general; las situaciones, coyunturas y experiencias concretas son las que dan forma práctica a las cosas, y la separación entre ambos planos es útil únicamente como ejercicio de análisis. Ningún conjunto de ideas políticas tiene contenido independiente de la praxis. Además, las demandas tácticas y estratégicas obligan, necesariamente, a decidir qué confrontaciones se enfatiza y qué pasos se da para ir avanzando en cada momento determinado. Esa es la función del liderazgo, o una de ellas. Pero pongo el asunto en ese terreno porque me permite señalar el problema al que apunto, que en mi artículo expresé como la existencia de una “izquierda reaccionaria”.
Es este problema: la totalidad del orden social no existe como un objeto inerte, estático y externo que pueda manipularse como se manipulan los engranajes de una máquina. Existe como un sistema de relaciones, y es el producto de la continua interacción dialéctica entre las partes que constituyen ese sistema. Estas partes son tanto objetivas como subjetivas, tanto externas como internas, tanto “reales” como “imaginarias” (es decir, ideológicas). En otras palabras: las relaciones de explotación y dominación que constituyen el orden social en el capitalismo existen siempre, necesaria e indefectiblemente, encarnadas en instituciones, aparatos y prácticas. Esas encarnaciones son su materialidad, y una oposición revolucionaria es la que trabaja para derogarlas. Todas ellas.
Aquí Frisancho añade, básicamente, que una organización que se declare marxista que no trabaje para derogar todas aquellas las relaciones sociales (“instituciones, aparatos y prácticas”) que producen situaciones de opresión (de clase, de género, de los miembros de la comunidad LGTBIQ+) es reaccionaria, pues todas estas luchas son expresión de las formas de coerción específicas del orden social burgués. Está haciendo una clara alusión a Perú Libre, y es una manera de reafirmarse en su posición de que se trata de una organización de izquierda que puede ser calificada merecidamente como “reaccionaria”.
En este punto surgen una vez más mis discrepancias con Frisancho. No porque discrepe con que la cuestión de género o la lucha por los derechos de las personas LGTBIQ+ son luchas tan fundamentales como las de los obreros, los campesinos o los pueblos indígenas (de hecho, concebirlas de manera separada es siempre una abstracción, pues, por ejemplo, quien pertenece a una clase social siempre tiene además un género y una orientación sexual), o que respondan a contradicciones específicas de la totalidad social capitalista (y que por tanto no pueden ser desestimadas como “luchas burguesas”). Sino porque yo no pienso que se pueda afirmar tan tranquilamente que si una organización socialista y marxista no está comprometida con todas las formas de opresión desde el comienzo estaba deba ser descartada como reaccionaria, como si el carácter revolucionario apareciera solo en el momento en el que se marcan todos los ítems en una lista; eso está muy bien para el mundo de las izquierdas y los movimientos sociales ideales, pero la política se hace en el mundo real, con organizaciones políticas y movimientos sociales reales. ¿Hay elementos reaccionarios en una organización como Perú Libre, que descuida las luchas de las poblaciones LGTBIQ+? Por supuesto que los hay; pero, ¿se puede decir realmente que esto hace de una Perú Libre una organización de izquierda reaccionaria? Pero lo que más me llama la atención es que Frisancho ponga la valla tan alta para Perú Libre, pero la baje convenientemente para la organización que apoyó en la primera vuelta (Juntos por el Perú). Porque bajo el mismo criterio que utiliza Frisancho, podríamos decir sin problemas que Juntos por el Perú también sería una izquierda reaccionaria: una izquierda que aunque se reclame representante de los intereses de las clases populares, dedicó casi por entero su táctica electoral a ganarse a las clases medias y en desmedro de obreros, campesinos e indígenas (realidad que se veía reflejada en las encuestas que mostraban en qué sectores de la población se encontraban sus votantes, que se hizo explícita con el desafortunado audio de Marité Bustamente, y que terminó de confirmarse con los resultados de las elecciones); o que una y otra vez pisoteó en su discurso la solidaridad antiimperialista y anticolonial, plegándose a las exigencias de la derecha de denunciar procesos como el venezolano por dictatoriales, reproduciendo la narrativa imperial sobre una comunidad internacional dividida en “dictaduras” y “democracias”, que legitima atrocidades como los ínfames bloqueos económicos, que no son otra cosa que formas contemporáneas de asedio. Si ninguna de estas luchas es más fundamental que otra ni puede ser desestimada en las coordenadas del capitalismo contemporáneo, hay que decir, pues, que JPP está, al menos, tan lejos del estándar ideal de Frisancho como PL (aunque me inclino a pensar que mi interlocutor podría no dar demasiada importancia a una lucha como la que se da en el campo internacional; me explayaré sobre ello en la parte final de mi artículo). Creo que es importante añadir, asimismo, que si bien PL tiene un serio déficit en lo que respecta a la consideración de las luchas LGTBIQ+, no es cierto que lo tenga también en la cuestión de género; quien haya leído el “Programa e Ideario” de la organización podrá comprobar que este contiene un capítulo entero dedicado a “La mujer socialista”, elaborado por las militantes de la organización, en el que se posicionan a favor de la emancipación de la mujer, se asumen reivindicaciones históricas como el aborto y se denuncia el machismo como un mal estructural del capitalismo y el colonialismo (de hecho, candidatas al congreso como Zaira Arias y Angélica Apolinario fueron vocales sobre estos temas durante sus campañas) (2). Así que hay decir, en honor a la verdad, que al contrastar el número de casillas marcadas en la lista de ítems de ambas organizaciones saldría favorecido Perú Libre (por supuesto, yo no comparto este criterio idealista para designar a una organización como revolucionaria o reaccionaria).
(2) A muchas personas en la órbita de JPP les ha sabido mal que en el mismo capítulo se critique el feminismo como contraparte del machismo, pero hay que entender que fuera de círculos activistas y académicos, hay organizaciones y movimientos de mujeres que enarbolan el estandarte de la emancipación de la mujer sin reconocerse a sí mismas como feministas, y defendiendo intereses que, si bien convergen en algunos puntos con el del feminismo exportado de occidente, se diferencian de este en varios otros, por el sencillo hecho de que en varios aspectos las condiciones de vida de una mujer obrera o una rondera son diferentes que las de una activista o una académica de clase media. Creo que más allá de que se rechace el término (por asociarlo a un feminismo exportado de la realidad occidental) o del machismo rampante de algunos militantes (que, por cierto, aunque a algunos les parezca, no es un mal que aqueje exclusivamente en Perú Libre), habría que entender que sencillamente se defiende feminismos diferentes.
Aquí quisiera hablar un poco desde mi experiencia como militante de izquierda. En la coyuntura del 2017 en la que muchos conocimos a Pedro Castillo, cuando el magisterio rompió con el PCP-Patria Roja para ir marchar a Lima a hacer valer sus reclamos, muchas organizaciones de izquierda y sindicatos de trabajadores decidimos apoyarlos; entre dichas organizaciones estaba presente Perú Libre, pero la bancada de Nuevo Perú (que junto a PR conforma JPP) decidió no recibir a los maestros para no mancharse, debido al terruqueo del que estos fueron víctimas. Ese mismo año, en diciembre, en la coyuntura de la vacancia presidencial contra PPK, una vez más un sector importante de la izquierda (que también incluía a PL) nos posicionamos a favor de la vacancia y formamos parte del Frente Popular Anticorrupción por una Nueva Constitución, y luego del Comando Nacional Unitario de Lucha; fue en ese tiempo que nació la consigna “que se vayan todos”, que denunciaba el orden institucional neoliberal en su totalidad, pero la bancada del NP prefirió defender a PPK y la institucionalidad democrática (finalmente se plegarían a la causa, después de que PPK decidió indultar a Alberto Fujimori para permanecer en el cargo). A finales del 2018, ya con Vizcarra en el poder, este promulgó el Decreto Supremo N° 237-2019-EF, por el que entraba en vigencia el Plan Nacional de Competitividad y Productividad (probablemente el paquetazo antilaboral más violento que haya habido desde los tiempos del fujimorato; la infame “Suspensión perfecta de labores”, que en el contexto de esta pandemia ha costado a tantos peruanos su empleo, formaba parte del PNCP); en lugar de ir a las calles con la clase trabajadora en dicha coyuntura, el MNP privilegió secundar a Vizcarra en su pantomima de lucha anticorrupción, siendo los principales defensores de una reforma política puramente cosmética, secundando, una vez más, al gobierno de turno. ¿Por qué menciono todo esto? Porque en los últimos años, con todos sus errores y limitaciones, PL, a diferencia del NP, ha sido una organización a la que siempre he encontrado al lado de la gente en sus luchas (por supuesto, no pretendo argüir que mi experiencia personal sea la mejor fuente de evidencia para establecer un juicio objetivo, pero estoy convencido de que es largamente más fiable que mi algoritmo de Facebook 3). Las críticas a JPP y las organizaciones que la componen, que tanto parecen molestar a Frisancho y a otros simpatizantes de dicha coalición, pueden no ser del todo justas; no obstante, considero que tienen algo de sustento (4).
3 [1] Y ya que hablamos de mi algoritmo de Facebook, alguien debería comentarle a Frisancho que así como en sus redes sociales él se encontró con despliegues de chovinismo por parte de los simpatizantes de Perú Libre, otros nos encontramos con despliegues semejantes por parte de los simpatizantes de Nuevo Perú: desde persistentes mensajes ninguneando la opción por Castillo y airadas exigencias de que se renunciara a su candidatura, hasta acusaciones de traición, racismo rampante, terruqueo, burlas por no ser tenidos en cuenta por el resto de la izquierda latinoamericana, y una repetición acrítica de la versión de la derecha sobre la sentencia a Vladimir Cerrón (quien no tiene que gustarle personalmente a nadie, pero cuya sentencia ha sido desestimada incluso por personajes externos a la izquierda, como el periodista Ricardo Uceda, como un caso más del lawfare al que los dirigentes de la izquierda regional, desde Gregorio Santos a Walter Aduviri pasando por el propio Cerrón, son sometidos en nuestro país). La lista sigue, pero creo que mi punto se deja entender.
(4) Esto incluye la acusación de “oenegera”, que no debe ser desestimada sin más como una manifestación de resentimiento; es bien sabido que ONG’s estadounidenses como USAID, la NED o HRW, financiadas por el departamento de Estado estadounidense, mantienen vínculos con numerosos personajes que son o han sido parte de JPP. Le guste o no a Frisancho, tales organizaciones tienen una agenda en nuestro país que suele coincidir con la de su embajada, y es por eso que líderes de izquierda como Evo Morales las han expulsado de sus países. Tampoco se trata de mera conspiranoia; es reconocer, más bien, el simple hecho de que la lucha por la emancipación se da también en el campo internacional y que el enemigo es rico en recursos.
A riesgo de que Frisancho nos acuse de espontaneistas que andamos tras las masas aceptando acríticamente todos sus posicionamientos inmediatos para sentirnos radicales, hay que decir que PL ha sido coherente con la idea que revolucionarios como Lenin o Mao tenían del papel de una vanguardia: ni se ha contentado con acomodarse a la espontaneidad de los distintos sectores del pueblo, ni ha pretendido imponerse como una élite tutelar a la usanza del progresismo más cortesano. Ha sabido entablar un diálogo con ellas, agitar, educar y organizar. Esto no quiere decir que la gente (o la organización) tenga razón en todo, pero hay una correcta comprensión de que el proceso revolucionario nace desde abajo, y que la labor de la organización socialista en dicho proceso (que es siempre un proceso de acumulación de experiencia mediante la lucha) es acompañar y orientar a las masas, ayudarlas a ganar claridad sobre sí misma y sobre sus luchas (5). Tampoco quiere decir, como podría temer Frisancho, que, si un sector mayoritario de la gente no ve con buenos ojos la defensa de ciertas causas, estas deban ser abandonadas; más bien, quiere decir que no se trata de descartar a priori a ningún grupo oprimido como reaccionario in toto, sino de dirigirse a este como un interlocutor válido, con el que se puede dialogar y razonar, y que puede aprender de la vanguardia en la misma medida en que es capaz de educarla. Es esta la manera en que se superan las contradicciones en el seno del pueblo, y, hay que decirlo, es también la manera en que se gana su confianza. No hay evidencia más clara de ello que el apoyo popular que terminó recibiendo PL en contraste a JPP durante la primera vuelta; de hecho, quienes seguimos la campaña de Pedro Castillo desde el principio, sabemos que, a partir de cierto momento, las propias bases regionales de JPP comenzaron a reconocer a Castillo como su candidato, y lo recibían codo a codo con las bases de PL. Sería importante que los simpatizantes de la organización de Mendoza comiencen a reflexionar sobre esta derrota táctica.
El trabajo de bases metódico por parte de PL y Pedro Castillo también es importante por otras razones de índole pragmática: sumado a su coherencia en el discurso en lo que respecta a la voluntad de sacar adelante una Asamblea Popular Constituyente (causa que me consta personalmente que vienen defendiendo desde hace años) y de desmantelar el modelo neoliberal (fuerte contraste con un JPP y una Mendoza altamente inconsistentes, propensos a desdecirse según los vaivenes de la campaña, y que en determinado punto incluso llegaron a alabar el programa Reactiva Perú, por el que Vizcarra y la ex-Ministra Alba pusieron 60 mil millones de soles en manos del gran empresariado peruano), el apoyo de las masas obreras, de las rondas campesinas, del magisterio y de organizaciones indígenas, daba al partido una fuerza material real, la posibilidad de llegar al poder con un contrapeso que pudiera mantener a raya los esfuerzos del empresariado por coaptarlos. Aunque a Frisancho y otros simpatizantes de JPP les sorprenda, esta credibilidad incluso ganó a Castillo y PL votantes entre los sectores populares y más radicalizados del feminismo limeño y de la comunidad LGTBIQ+. Como manifestaron varios de mis compañeros durante esta primera vuelta: lo que sectores más privilegiados de estos colectivos muchas veces no llegan a comprender es que entre una izquierda comprometida con derechos individuales pero indispuesta a atacar el modelo económico que nos impide disfrutar de dichos derechos, y otra que no asume dichos compromisos pero que manifiesta de manera creíble la voluntad de reemplazar dicho modelo por otro que eventualmente permita disfrutar de esos derechos, hay quienes creerían que desde un punto de vista táctico la segunda es una mejor opción. Al final del día, el progresismo no se mide de manera absoluta por cuántas consignas uno levante; más bien, es siempre relativo a la correlación de fuerzas y las luchas de clases en un momento histórico determinado. Por eso, entre un MHOL que actualmente afirma que es igual de bueno para el colectivo LGTBIQ+ votar por la activista Gahela Cari que por un ultraderechista como Alejandro Cavero, y una organización socialista que, sin levantar la bandera LGTBIQ+, hoy tiene la posibilidad de crear condiciones para que jóvenes homosexuales o trans que no tienen estabilidad laboral, la posibilidad de acceder a educación o servicios de salud básicos, a un seguro y/o a una pensión (condiciones materiales necesarias para independizarse de entornos abusivos y para disfrutar en el futuro del derecho a crear una familia junto a sus personas amadas), me inclino a pensar que, en el presente, lo segundo es más cercano a una fuerza progresista. Y, por tanto, más cercano al ideal revolucionario propuesto por Frisancho.
5 Fue el joven Marx quien, en una carta a Arnold Ruge, hizo valer primero esta consigna de las organizaciones revolucionarias que se convirtiera en principio fundamental del leninismo:
Respuesta a la nota final: ¿marxismo-leninismo o socialdemocracia?
Frisancho cierra su respuesta a mis críticas extrañado por mi referencia al debate entre comunistas y socialdemócratas en la Segunda Internacional. Él, comenta, no está tan seguro como yo de que la historia haya favorecido a los comunistas (al leninismo) en ese debate; según nos dice, él considera que al final ninguna de las dos tenía razón, y que ambas experiencias habrían tenido tanto aciertos como desaciertos (esto último innegable, por supuesto). Esto debido a que, pese a la grandeza que Frisancho reconoce a Lenin como figura seminal del marxismo, la URSS habría dejado de existir, como consecuencia “tanto a la tenacidad y potencia de sus enemigos como sus propias falencias internas, y si de lo que se trata es de construir un socialismo que perdure, que consiga oponerse de forma efectiva a la dictadura de las clases capitalistas y que emancipe a los trabajadores, no parece que lo más recomendable sea levantar como bandera una apuesta que terminó en derrota.”
Debo confesar que la idea general de esta respuesta (el que a juicio de Frisancho, entre el leninismo y la socialdemocracia, ninguna de las dos tuvo razón) no me sorprende en absoluto. Me sorprende más que Frisancho use como argumento para defender su postura la caída de la URSS. Creo que el debate entre comunistas y socialdemócratas es vigente porque se centra en una problemática que sigue siendo fundamental, y que, a mi juicio, Frisancho y el sector de la izquierda por la que se inclinó en la primera vuelta electoral descuidan en exceso (de hecho, a mi juicio, y ciñéndome sus criterios, es aquí donde se ve el lado más reaccionario de sus posicionamientos). La razón fundamental del desacuerdo entre comunistas y socialdemócratas fue la problemática del imperialismo y la colonialidad: mientras que los socialdemócratas de la Segunda Internacional consideraban que el socialismo era algo que no competía a los países atrasados de la periferia global, donde prevalecían formaciones socioeconómicas agrarias y las masas eran mayoritariamente campesinos “reaccionarios” (muchos socialdemócratas, como Bernstein, llegaron a favorecer el ideal de un tutelaje de la metrópoli capitalista europea sobre las colonias, que por un lado permitiría mejorar las condiciones de vida de los obreros europeos, y por el otro ayudaría a desarrollar el capitalismo en los países atrasados), los comunistas consideraban, más en línea con las ideas de Marx y Engels, que lo que competía al movimiento obrero internacional era solidarizarse con las luchas nacionales de los países periféricos, ayudarlos independizarse y hacer valer su soberanía nacional (política y económica) frente a Europa, debilitando en el proceso al capitalismo occidental y, a la larga, ganando mayor libertad e igualdad para los pueblos coloniales en las coordenadas globales del capitalismo. Esta fue la bandera del leninismo desde el principio, y pese a todos los problemas y desaciertos que menciona Frisancho, la levantaron una y otra vez durante la historia del siglo XX (en China, en Corea, en Cuba, en Vietnam, en Argelia, en Angola, en Palestina, en Sudáfrica, en Burkina-Faso, etc.); aunque hoy muchos lo olviden y se inclinen por señalar la caída de la URSS como evidencia del fracaso del marxismo-leninismo, la verdad es que este posicionamiento de los comunistas cambió la cara de la correlación de fuerzas internacional, en especial en Asia y África, donde muchas veces las poblaciones nativas estaban excluidas del derecho burgués que tantos marxistas occidentales vilipendian y dan por sentado. De hecho, este papel de la URSS y el comunismo internacional, como muchos han reconocido, influyó enormemente, para bien, en la lucha por los derechos civiles y la conformación de los Estados de bienestar en occidente: en lugares como EEUU, fue el apoyo de los comunistas a poblaciones oprimidas como la afroestadounidense, el movimiento feminista, los migrantes hispanoamericanos o los pueblos indígenas, sumado al gran temor de las autoridades de que estas (o los trabajadores) pudieran radicalizarse, lo que llevó al gobierno a reconocerles progresivamente una serie de derechos fundamentales. El temor de los países europeos al avance de los comunistas permitió a los socialdemócratas llegar al gobierno y poner en práctica sus políticas reformistas, vistas por las clases dominantes como un recurso desesperado para proteger la propiedad privada; y hay que resaltar que, aunque Frisancho lo ignore, muchas de las políticas de bienestar de estos gobiernos progresistas solo pudieron sostenerse gracias a las políticas predatoriales que estos mismos países llevaron a cabo en el Tercer Mundo. Es por esto que me permito señalar confiadamente que, entre los comunistas y los socialdemócratas, serían los primeros los que fueron favorecidos por la historia (es decir, quienes tuvieron más aciertos, quienes más hicieron para mejorar las condiciones de vida de las poblaciones oprimidas alrededor del mundo y más tienen que enseñar a una organización de izquierda revolucionaria contemporánea) .
Por supuesto, entiendo que Frisancho no comparta este punto de vista, pues veo que la solidaridad antiimperialista (aunque pueda decir que la defienda en abstracto) no es un tema al que le dé demasiada importancia; de ahí que no solo minimice el descuido de JPP en estos temas, sino que además se permita cuestionar las credenciales socialistas de organizaciones y países que establezcan alianzas con figuras que a él le resultan cuestionables (como el presidente ruso Vladimir Putin, a quien en su momento le dedicara un artículo). Frisancho, después de todo, no parece tomar muy en serio el compromiso leninista de la no intervención o el derecho de la soberanía de los países periféricos, el hecho de que, nos guste o no el gobierno de un determinado país, los únicos que pueden cambiarlo (o derrocarlo) son sus ciudadanos, y que los países y organizaciones que defienden este derecho de cada pueblo a la soberanía en la arena internacional deben hacer una causa común para resistir los embates del imperialismo de EEUU y occidente; tampoco el hecho de que un país o una organización política y económicamente aislada, que se toma la libertad de aliarse solo con aquellos con quienes mantiene plena coincidencia ideológica, está de antemano condenada al fracaso. Pues figuras como Putin pueden parecernos cuestionables o hasta reaccionarias en las coordenadas nacionales de sus respectivos países, pero lo cierto es que, sin su apoyo económico, político y militar (o el de países comunistas como China o Vietnam), países como Cuba, Venezuela o Siria hace tiempo se habrían convertido en nuevas Libias (a diez años después de la intervención de la OTAN, el países africano sigue completamente devastado, con tres fuerzas políticas diferentes disputándose el gobierno).
Al final, vuelvo a insistir en ello, las fuerzas políticas progresistas y revolucionarias se construyen a partir de las condiciones materiales realmente existentes. Y aunque la realidad raras veces coincide plenamente con nuestros criterios ideales, resulta políticamente inoperante denunciarla por sus impurezas.
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