Pandemia y Lucha Política
Por: Esteban Martinez - Sociólogo
Dos situaciones de coyuntura enfrenta el país en este momento: por un lado, el recrudecimiento pandémico producto de la segunda ola y las políticas sanitarias que emprende el gobierno para encararlo y, por el otro, el proceso político electoral. Las políticas sanitarias de Estado, especialmente las cuarentenas, han generado y no dejan de generar respuestas múltiples (desde una aceptación sin afectación hasta el rechazo rotundo) debido a las formas diversas que tienen las familias peruanas para sostener sus condiciones y estilos de vida. Naturalmente, si el peruano se sostiene en estrategias individuales de sobrevivencia en el día a día, la respuesta va a ser de rechazo y oposición. Y es que estas estrategias de sobrevivencia han sido los medios creativos que han tenido que emprender la mayoría de peruanos para subsistir y prosperar en una situación en la cual la política del Estado desprotegió a la sociedad y dejó la solución de los problemas sociales (como la desigualdad, la pobreza o el desempleo) en “manos” de la dinámica de la oferta y la demanda.
El contexto de pandemia ha forzado a que la autoridad pública intervenga un poco más en la sociedad, más allá de los programas sociales focalizados. Estos han sido una forma de respuesta política que se había tenido que emplear para mitigar la creciente desigualdad y precarización, producto de la economía neoliberal y de la desregulación del Estado. Sin embargo, dicho retorno de la “vocación social” estatal, en el marco de la pandemia, resulta insuficiente para solucionar los problemas sanitarios y sociales concomitantes. Hace falta que cambien las bases socioeconómicas que hoy se hallan en favor de los grupos de poder y la forma de hacer política pública, cuya característica básica ha sido la separación del Estado respecto de la sociedad y la captura de aquel por los intereses de poder. Pese a que la situación obliga a que la autoridad pública asuma un rol de liderazgo político y de referente discursivo -capaz de garantizar tanto bienestar y cohesión social, así como confianza y certidumbre para hacer frente de manera colectiva a la crisis que enfrentamos-, tanto el gobierno de Vizcarra como el actual, de Sagasti, han mantenido las mismas bases socioeconómicas y la misma distancia con respecto a la gente.
Carente de un proyecto en beneficio de la sociedad y de la vida, el gobierno no hace sino repetir una y otra vez la misma retórica en la que se apela al cuidado individualista de sí, a la responsabilidad del ciudadano. Esta retórica oficial va perdiendo eficacia en la sociedad debido a su inconsistencia, fragilidad e ineficacia. La misma forma de comunicar es percibida y sentida por los peruanos como confusa, improvisada, débil, desconectada de sus ánimos y aspiraciones, generando, más bien, rechazos y actitudes de transgresión. Y esta mala comunicación, ausencia de liderazgo e incapacidad de encarnarse como referente discursivo no tiene que ver solo con la mala gestión y manejo gubernamental; sino, fundamentalmente, con temas fondo, como el peso que tiene la economía (en favor de los intereses de los grandes empresarios) por sobre la salud y la vida de la mayoría de peruanos.
Un asunto social y simbólico que se puede destacar es la mudanza en las prácticas, percepciones y afectos de los peruanos en relación con la situación pandémica y con las políticas sanitarias. Se puede decir que a la política sanitaria inconsistente del Estado se han suscitado respuestas sociales “consistentes” de parte de la población. Muchos empiezan a creer que la pandemia no es sino una invención, pese a los hechos trágicos evidentes en el día a día. La situación de precariedad económica, de incertidumbre, tedio e inseguridad, como la carencia de referentes eficaces y cohesivos en la sociedad, posibilitan que prosperen y circulen con eficacia ciertas ideas, muchas de estas anticientíficas y delirantes, como que “las vacunas traen un chip incorporado” u otras como que “la pandemia es solo un cuento creado por las farmacéuticas movidas por el afán de lucro”. Habría que señalar que en estos colectivos -que hablan además en nombre de la libertad- subyace un deseo profundamente individualista.
En este marco, las campañas electorales han modificado sus estrategias producto de la cuarentena. Los temas que están en la agenda son, entre otros, el cómo se va a encarar la situación de crisis sanitaria, el cómo se va a reactivar la economía, si van a ser o no “populistas”, si van a regresar al pasado o no, si van ejercer “mano dura” o contra quién lo ejercerán, etcétera. Las circunstancias propias de la lógica electoral, como de la crisis sanitaria y social que se padece, han generado cierto desplazamiento en la retórica de los postulantes y de los partidos de derecha en relación con la ortodoxia neoliberal, que se evidencia en propuestas que apuestan por la realización de ciertos cambios y reformas. Sin embargo, una cosa es la campaña política y otra es estar posicionado en el poder político.
En cuanto a las correlaciones políticas, en el campo de la derecha se padece la ausencia de figuras relevantes y con bases sociales. Su decadencia en cuanto a referentes se revela cuando estos sectores, aparentemente diferentes, terminan agolpándose en la propuesta autoritaria de Fujimori. De hecho, el fujimorismo ya se revela como la opción de derecha que construye su discurso en oposición a la izquierda, especialmente al frente de izquierda encabezada por Verónica Mendoza (“Juntos por el Perú”). En tanto, los candidatos sin vocación política y que apelan a la simpatía no les va a alcanzar para captar los votos suficientes, y otros, que tienen algo de sentido político, no terminan de ganarse las simpatías sociales.
Todos los sectores políticos están de acuerdo en que hay que realizar cambios; sin embargo, la propuesta política que divide las fronteras entre la derecha y la izquierda es el cambio constitucional que posibilita no solo realizar reformas, sino cambios reales en las bases socioeconómicas y en la forma de hacer política de Estado. Hoy, a la izquierda se le presenta una oportunidad política debido a una suma de situaciones, tales como las carencias de referentes en la política tradicional, el descrédito en las formas de hacer política, las condiciones crecientes de precarización social, pero también a situaciones de orden más subjetivo, como la creciente aspiración en los peruanos por realizar cambios más sustanciales.
La Asamblea Constituyente y el cambio del modelo económico son discursos que pueden colocarse en el centro de la escena, como parte de la disputa política en el marco de la problematización de las políticas para enfrentar la crisis sanitaria y social. Ello dependerá de la vocación política de la izquierda (la resolución, determinación y la capacidad política), pero, sobre todo, de afirmarse como una propuesta identificada plenamente con las clases populares. De todos modos, si la izquierda resulta victoriosa en estas elecciones y se propone hacer cambios de verdad, se verá enfrentado con los poderes económicos que han capturado al Estado y con la resistencia de diversos sectores sociales. La clave de los cambios sociales es la participación o la incursión activa de la gente en estas transformaciones que se requieren, para enfrentar y salir de esta situación de crisis insostenible y construir bases para un modelo más plebeyo de Estado. Dicha construcción pasa hoy por la voluntad y la determinación política de los actores políticos que crean realmente en la transformación del país, así como en la necesidad de refundar el lazo social que posibilite la incursión activa de la sociedad en la política de cambios radicales que urge realizar.
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